• 26 de Junio, 2019

"Cristo llegó a tiempo cuando la droga iba a destruir mi hogar"

A algunas personas les toma mucho tiempo aprender de sus malas experiencias en la vida. Yo fui una de esas. Nací y crecí en Arequipa, el quinto departamento más grande del Perú. Mi familia vivía en una zona muy humilde, de ahí procedo yo.

Después de 7 meses de nacido, murió mi progenitor. Desde aquella ocasión, mi madre fue el sustento del hogar, nos brindó estudios y alimentos para seguir adelante en la vida. Al cabo de unos años, en mi juventud, viajé a Chimbote para tener un futuro mejor. Mi meta era trabajar, sin imaginar mi porvenir, terminé involucrándome en las drogas.

Cada vez que las consumía, pensaba que lo tenía todo controlado y que no era como los drogadictos o como el que está en las calles. Tenía que robar, tenía que traficar, tenía que hacer de todo para consumir. Empecé a entender que en realidad no controlaba nada.

Lastimosamente es así, dicen que uno mismo se pierde, pero para ser sincero creo que es la presión de un grupo mayoritario y la inexperiencia la que te hace tomar malas decisiones. Me sumergí en ese mundo. Conocí a mi futura esposa, me casé y ahí empezó el infierno. Desaparecía de mi hogar por semanas, andaba por los parques, bajo los puentes y me drogaba.

Mi hogar se desmoronaba, la mujer de mi juventud sufría, y yo no sabía cómo salir de las drogas. Ella me buscaba pidiéndome que volviera a casa. Aceptaba y le prometía que tomaría las riendas de mi vida. Pero tardé un tiempo en poder cumplir aquella promesa. En un ataque que tuve, mi esposa llamó a mi familia en busca de ayuda para que me internaran.

Me llevaron a un centro de rehabilitación en la capital, pero al cabo de tres meses, volvía al vicio. Busqué brujos, chamanes y ayuda por doquier, mas no pasó nada. Recuerdo un día, estando en el taxi (mi herramienta de trabajo), me escapé para drogarme. Mientras me dirigía al vicio, encontré una iglesia en Nuevo Chimbote. Ahí conocí a Dios.

Dios me estaba esperando, Él quería cambiar mi historia y mi futuro. La frase “Casa de Dios y puerta del cielo” captó mi atención, detuve el auto y, en un abrir y cerrar de ojos, me hallaba llorando en el altar. Acepté a Jesús en mi corazón y Él limpió mi vida. Después de una semana, mi esposa empezó a notar mi transformación.

A mis 70 años, tengo muy en claro mis convicciones, pues Dios ha provocado un extraordinario cambio en mí. Mi esposa, por su parte, me dice que habría sido mejor haber empezado a estudiar la Biblia antes. ¡Cuánta razón tiene!

Todo lo que he vivido me ha enseñado que no tiene sentido buscar la felicidad en las drogas u otros vicios. Lo que ahora me hace realmente feliz es ayudar a las personas a conocer las verdades de la Palabra de Dios, unas verdades que me salvaron la vida.

Dios limpió mi hogar y restauró mi familia. Hoy vivo realmente agradecido.

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