• 23 de Julio, 2019

¡Cristo hizo lo que la brujería no pudo hacer!

La vida lejos de Dios es un infierno. Aquellos que atraviesan el dolor y sufren enfermedades incurables suelen renegar con la vida y ser propensos a la miseria. Lamentablemente, esa la condición de los que viven negando la ayuda del Doctor de doctores, Jesucristo.

Como todo joven, transitaba por el mundo sumergido en actos que, para mí, eran lo máximo. Viviendo lejos del evangelio y de Dios, entré en una adicción por estar en las fiestas. Tanto fue mi descontrol que descuide mi salud. Llegué al punto de quiebre en el que sentí morir, morir de dolor.

Recuerdo que el reloj marcaba la 1 de la mañana, cuando un dolor profundo en mi corazón me paralizó, salí de la discoteca y corrí desesperadamente con dirección a mi casa. Me llevaron al médico y para no ser muy extensos en la descripción, recibí la noticia de que no tenía cura para mi enfermedad.

Lastimosamente, en la selva peruana, la mayoría de pobladores buscan la ayuda de poderes espirituales como brujos, santeros o espiritistas. Como era de esperar, acudí a los brujos. Gasté todo mi dinero, y mi salud empeoraba. Escuchaba las voces de mis vecinos que me decían: “Te hicieron un ‘daño’ (maldición a través de la brujería para causar enfermedades u otros daños). Tienes que ir al brujo”.

Buscaba la sanidad, quería salir de esa condición. Casi antes de resignarme, me aconsejaron hacer pacto con un espíritu. Yo sabía que Dios existía y que nada de esto le agradaba, pero acepté. Adquirí la sanidad y al mes, recaí con un mal peor. Estaba muerto en vida. Pasaba horas llorando, tratando de encontrar sentido a mi enfermedad.

Me preguntaba: “¿Qué hice pare merecer esto si yo soy bueno?”. Era orgulloso, y no lo reconocía. Al paso del tiempo, acudí a la casa de mis tíos cristianos. Como dice Su palabra: “Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Cristo”.

Yo estaba postrado en cama cuando escuché una voz dulce y diferente que provenía de la sala. Hice el esfuerzo de ponerme en pie y, silla tras silla, llegué hasta donde aquel hombre. Muchos habían orado por mí, pero ese día sentí que era diferente. El hermano me observó detenidamente y dijo: “¿Quieres arrepentirte de tus pecados?”.

Esa palabra me hizo pensar. Sabía que, si aceptaba a Jesús, dejaría todo. Tuve una lucha interna, pero al final acepté. Desde aquel día Dios me ha dotado de paz, esa paz que el mundo no da, incluso a pesar de no contar con la ayuda de mis piernas.

He logrado ver a personas levantándose de sus sillas de ruedas, ciegos que han vuelto a ver, sordos que vuelven a oír, y tantas cosas que me han maravillado de mi Dios. Él es real, experto en hacer lo imposible. ¡No dudes de su poder! Después de la tormenta de aflicción, siempre hay esperanza.

deja tu comentario