• 07 de Junio, 2019

¡Demonios me atormentaban, mas Cristo me hizo libre!

Tenemos un Dios que escucha nuestras oraciones y es poderoso para sanar, libertar y restaurar. Hoy soy un milagro de fe y esperanza. Camino por las calles proclamando las grandes maravillas de Jesucristo.

Nadie pone en duda que los tartamudos sufrimos, muchos piensan que nuestro sufrimiento es porque no pronunciamos bien las palabras. Siempre he pensado que eso es falso. Los tartamudos no sufrimos porque tartamudeamos, sufrimos por las consecuencias sociales que conlleva el hablar de la forma que lo hacemos.

Procedo de un hogar humilde, un pueblito ubicado al norte de las montañas del Amazonas. Tenía dos años cuando me diagnosticaron tartamudez y una baja autoestima. Desde pequeño me gustaba meditar en mi vida, por esta razón, pensaba que nadie me amaba, porque tenía una amplia lista de defectos.

Durante mi existencia no hubo persona alguna que me brindara un mensaje de amor, en consecuencia, me sumergí en la depresión. Solía escuchar voces en mi mente que me decían: “¡Mátate! ¡Tírate de un puente! ¡Eres un inútil! ¡Este mundo no te necesita!”, aquellas voces me inducían a suicidarme.

Como era de esperar, para el 2007, cansado de mis problemas físicos y espirituales, me arrojé a la carretera buscando que algún auto me arrollara; pero nada sucedió, Dios no lo permitió. A la edad de 17 años, amargado de mi existir y lleno de problemas, me dirigí, como todos los días, al campo para labrar la tierra.

Era la hora de almuerzo y sintonicé por vez primera Radio Bethel. Recuerdo que escuché La Hora de la Transformación (un programa cristiano), luego de oír la voz del Rev. Rodolfo González, sentí un toque especial. El mensaje decía: “Tú, que te quieres quitar la vida y piensas que no hay solución para tus problemas, hay un Dios que te ama y te quiere ayudar”.

No endurecí mi corazón. Doblé mis rodillas y, aunque estaba en medio del campo y rodeado de montañas, elevé un clamor al cielo. Un fuego empezó a inundar mi ser, sentí como bultos negros salían de mi cuerpo. En menos de dos minutos, todo complejo, tartamudez y sentimientos suicidas se fueron; permanecí llorando como niño, agradeciendo a Dios por el milagro hecho en mí.

Después de mi experiencia, un fuego ardiente por predicar la palabra de Dios empezó a arder en mi interior. Testificaba por los pueblos, plazas y calles, cual ciego Bartimeo: “Si es pecador, yo no lo sé, lo único que sé es que Él me cambió y te quiere transformar”. Acepté a Jesús a mis 17 años y hoy tengo 26 años; no me arrepiento de aquella decisión.

He visto ciegos ver, cojos andar, personas desahuciadas regresar a la vida. ¡Creo en un Dios de poder y es lo que testifico! Como dice Su palabra: “De lo vil y lo menospreciado Dios usa para avergonzar a los sabios”. Doy de gracia, lo que de gracia recibí.

Soy consciente de que este camino es de ayuno, oración y un profundo amor por escudriñar la biblia; ahí está el secreto para una vida de victoria. ¡Hermano, hermana! Nuestro Dios es un Dios de Grandes milagros. ¿Qué te impide ser usado por Él?  Me sanó, me transformó y hoy soy testigo de su poder.

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