Azucena era aún pequeña cuando su padre la abandonó. Después de 4 años, su madre decide hacer lo mismo, quedando al cobijo de su abuela. El abandono la condujo a negar la existencia de Dios. Jamás pensó que el mismo Dios al que tanto rechazaba, cambiaría con amor su historia destruida.
Su padre era un inexperto adolescente que tomó la decisión de abandonar a su hija. “Tenía solo un año cuando él me dejo. Cuatro años después, mi madre tomó la misma decisión; todo eso marcó mi niñez y adolescencia”, manifiesta Azucena.
Como en muchos hogares en los que hay un abandono, la familia más cercana la que accede hacerse cargo. La abuela tomó el lugar de ambos padres. La fría soledad de no tener progenitores la atormentaba, el rencor concebido de verse como una niña desamparada la llevó a refugiarse en la amargura.
No pasó mucho tiempo cuando su madre decide regresar. “Tenía la esperanza de recibir un poco de amor, pero no, no fue así. Ella era irresponsable y egoísta”, explica. Cada fin de semana, su progenitora causaba pleitos y contiendas, gastando sus años mozos en fiestas y salsódromos.
Lo que veía en su madre sembró en Azucena un profundo odio hacia Dios. Realmente se sentía desamparada, sin deseos de vivir, hasta que un mensaje de aliento llegó a su vida. “Una noche, estando muy triste, oré: ‘Dios, por favor, cámbiame, cambia a mi familia”. Jamás pensé que Él me respondería”, añade. Medio año después de aquella oración, la salud de su madre se quebró.
En medio de la angustia por el dolor que la aquejaba, su progenitora decidió recurrir a los brazos de Dios. Tanto era el odio arraigado en lo más profundo del corazón de Azucena que solo le profería a su madre palabras de muerte. “Quería que mi madre se muriera”, comenta.
Su madre demostró que Cristo había cambiado su vida. Ante tanta insistencia para que su hija la acompañara a la iglesia, Azucena decidió ir. “Aquel día sentí que Dios hablaba a mi vida. Él me declaraba los pecados más profundos que jamás conté. Mi corazón se quebró y, en ese mismo instante, acepté a Cristo”, recuerda con gozo.
Azucena sabe la tristeza que vive una hija y nieta abandonada, pero siempre que revive esos días, vuelve a un ruego que pronunció su triste y solitario corazón: “Dios, sálvame y une mi hogar”. Palabras que jamás olvidará. Dios hizo de ella una nueva criatura y asiste a la iglesia junto a su madre.
“Amo a mi madre, ella es mi mejor amiga. Dios es maravilloso”, concluye Azucena. ¿Necesitas el amor de Dios en tu vida? ¿Sientes que no hay paz y unidad en tu familia? Hay una esperanza para ti. No te pierdas nuestra Convención Nacional del 12 al 22 de setiembre. Hay una esperanza para tu vida, recuerda… ¡Cristo nos une!