El horror de tener un hogar deteriorado por el abuso de los vicios y la drogadicción, encaminaron a Julio Vargas a la ruina. Cuando estuvo a punto de asesinar a su esposa, Julio encontró el camino a la verdadera libertad.
Julio contrajo matrimonio a una corta edad. Lleno de ilusiones por formar un hogar sólido, pero al cabo de un tiempo salió a flote su verdadera personalidad, una personalidad que lo encaminó a la desgracia. El infortunio de un hogar destruido llegó, y los vicios incrementaron cada vez más.
Creían que era imposible llegar a arreglar la situación. Los vicios que encadenaban a Julio hicieron de su esposa una mujer desdichada. “Yo la amaba, eso era lo que creía. La maltrataba, la golpeaba y le obligaba a vender droga por mí. Si discutíamos, no nos hablábamos por meses, y eso era lo que nuestros hijos observaban”, recuerda con mucha tristeza Julio.
Como era de esperar, llegó el momento en que su hogar ya no pudo más. Cegado por los celos, Julio decide asesinar a su esposa. “Agarré un arma y le apunté en la cabeza. Estaba decidido a quitarle la vida, pensé que me era infiel, o bueno, era lo que el enemigo me hacía creer”, testifica Julio.
Al reaccionar, salió corriendo de su casa, cruzó la pista y, a no menos de unos metros, un pastor lo esperaba. “Julio, ¿qué haces?”, le preguntó. Julio agachó su rostro y escuchó el mensaje de Jesucristo. “Recuerdo que el pastor inició con una oración por mi vida. Al levantarme de aquella plegaria, no fui el mismo”, menciona Julio.
“Dios obró milagrosamente en mi vida. Pedí perdón a mi esposa por todo el daño que le hice estando lejos de esta palabra (la Biblia). Dios unió mi hogar de manera poderosa y quiere hacerlo contigo también”, concluye Julio Vargas.
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