Cuando me dijeron que tenía cáncer, el corazón se me quebró y no sabía qué hacer, solo refugiarme a los pies de mi Maestro. Le comenté esta situación a una hermana en la Iglesia, ella me abrazó tan fuerte, me animó a seguir en pie de lucha y a esperar confiadamente en la voluntad del Salvador.
Después que el doctor me dijera que tenía cáncer, no sabía qué hacer, solo ir a los pies de mi Señor Jesucristo y pedirle que obrara en mi vida, pues no quería que esta situación se logre entrometer en mi comunión con Él, solo le decía en oración que me diera fe para afrontar todo lo que podría venir.
A los días se lo comenté a una hermana muy apreciada, ella me abrazó fuertemente y me dijo que no me sintiera sola, pues me apoyaría en oración, me animó a seguir en pie de lucha y a esperar confiadamente en la voluntad del Salvador. Aquel día lloramos mucho, delante de la presencia del Altísimo, las dos teníamos la misma petición, “Que Dios hiciera un milagro en mi vida, en mi salud”
Yo, continuaba yendo al hospital por algunas medicinas que necesitaba, pero todo ese tiempo aproveché para evangelizar a los pacientes que me encontraba, repartía folletos cristianos y revistas también. Ya habían pasado 5 meses, era el momento de sacarme una prueba general para ver mi situación, mi corazón descansaba confiado en la voluntad de Dios.
Me hice los exámenes correspondientes y a la hora de entregarme los resultados, la licenciada no sabía cómo explicarme lo que había sucedido conmigo, era un milagro, el cáncer había desaparecido, en ese preciso instante lágrimas cayeron de mis ojos, y solo Glorificaba y Agradecía a mi fiel Dios, por responder a mi petición, porque escuchó aquel clamor que elevé con mucho fervor y porque todo ese tiempo había una muy buena hermana y amiga que me respaldaba en oración.