Cuando permitimos que estas actitudes negativas echen raíces en nuestra vida, rompamos la unidad que Dios desea ver en su pueblo.
La soberbia nos aísla, la envidia nos corrompe, las críticas dividen, y el favoritismo genera injusticia. Si queremos vivir en armonía, debemos aprender a caminar en humildad, en amor y en justicia, poniendo a Cristo como el centro de nuestras relaciones y acciones. Solo así podemos edificar una juventud fuerte y unida, lista para cumplir el propósito divino.
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