La noche limeña se vistió de luz y esperanza. Al caer el sol, cientos de jóvenes ingresaban al estadio con gozo, cánticos y una misma fe que los unía. El momento más simbólico llegó cuando las linternas se encendieron y un resplandor juvenil cubrió todo el recinto, como un testimonio vivo de que esta generación ha decidido alumbrar en medio de la oscuridad del mundo.

Las alabanzas resonaron con fuerza y cada rostro reflejaba la alegría de ser parte de un mover espiritual que recién comienza. Entre cantos, oraciones y abrazos, se percibía la certeza de que estos días marcarán vidas, fortalecerán ministerios y avivarán la pasión por predicar el evangelio.

El ambiente inaugural dejó en claro que la Convención no es solo un encuentro, sino una cita divina donde Dios levantará a jóvenes valientes. Con las manos en alto, la multitud proclamó que son una generación con promesa, dispuesta a caminar firme en la fe y a ser portadora de esperanza.

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).