Hoy, estando preso, me siento realmente libre. Hay acciones dignas de pagar, pero me pregunto: si no hubiera llegado a este lugar, ¿habría aceptado a Jesús? Creo firmemente que Él tiene tratos distintos con nuestras vidas y, a estos 18 años de edad, conocí la verdadera libertad.
Soy fruto de un matrimonio disfuncional. En mi niñez no me faltó nada. Siempre tuve el apoyo de mi madre, una mujer que se esforzaba por darnos el pan de cada día. En mi inocencia, ya tenía conocimiento de Dios, pues mi madre, a raíz del abandono de mi padre, se refugió en una iglesia cristiana.
Los años pasaron, terminé el colegio y como todo joven, quise apoyar en casa con los gastos del hogar. Con mucho esfuerzo compré un mototaxi que me sirvió para ganar dinero. Trabajaba día y noche para superar la economía en casa, pero la tentación por hacer lo malo tocó la puerta de mi corazón.
Una noche, coincidí con unos conocidos, ellos me invitaron a participar de un quinceañero. Les pregunté la hora y quiénes serían parte de la celebración, me dijeron que era una fiesta tranquila, y nada malo iba a pasar. Acepté. Llegó el día, me indujeron a beber, participe en hechos que nunca imaginaba participar y, junto a otros tres chicos, realicé el acto repudiable de violar a una joven.
Atormentado por mi actuar, acepté la culpa. Como era de esperar, la justicia tocó mi puerta y, hace nueve meses, me dictaron una sentencia de cuatro años con culpa de violación y secuestro a una menor de edad. Aún recuerdo la expresión de mi madre llorando, un dolor que jamás sacaré de mi mente.
Me trasladaron al Centro Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación de Lima, Maranguita. Estaba convencido de que el diablo ya me había tomado de su mano y comencé a colaborar. Entre muros, rejas y alambres de púas, lloraba desconsoladamente. Había perdido las ganas de vivir, las ganas de salir adelante, extrañaba a mi familia.
Mi dolor era tan grande que ya nada me importaba. Un día, en medio de mi desconsuelo, acepté la invitación para asistir a una reunión cristiana en mi pabellón, recordé los momentos cuando mi madre me llevaba a la escuelita dominical, cuando me hablaban de un Dios misericordioso y poderoso.
Por medio del mensaje de Salvación, entendí que cuando estás en un gran dolor, en ese sufrimiento es donde a Jesús le gusta operar. Sin perder el tiempo, acepté a Jesús en mi corazón. Una paz llenó mi corazón, el sentimiento de culpa salió de mí. Dios me había perdonado y, a cambio, me había regalado Su paz.
Hoy, estando preso, me siento realmente libre. Hay acciones dignas de pagar, pero me pregunto: si no hubiera llegado a este lugar, ¿habría aceptado a Jesús? Creo firmemente que Él tiene tratos distintos con nuestras vidas y, a estos 18 años de edad, conocí la verdadera libertad. ¡Cristo vive!
El pasado sábado 25 de mayo, se realizó la segunda campaña evangelística en el pabellón Mahatma Gandhi de Maranguita. El evento contó con la visita del Rev. Ulises Heredia, pastor en Huaylas Chorrillos, así como de los agentes pastorales y el Rev. Juan Carlos, representante del Centro de Rehabilitación para menores. Dios siga respaldando a nuestros hermanos. ¡Adelante pueblo de Dios!