Casi todos los días iba con mi niña al parque, para compartir momentos gratos, jugando con ella. Una tarde, mientras estábamos en el columpio, se nos acercó una pequeña para entregarnos un folleto y nos hizo la invitación para asistir a la Escuela Bíblica de Vacaciones en una Iglesia que se encontraba muy cerca.
Le pregunté de qué se trataba, me dijo que era un evento para niños, donde aprenderían la palabra de Dios a través de historias bíblicas, harían juegos, sorpresas y pasarían un día lleno de alegría. Me pareció una buena idea, quedé en asistir con mi hija.
Al llegar la noche y luego que mi hijita se duerma, empezaba mi delirio; siempre era así, me ponía a pensar en todo lo que había vivido hasta el momento, 25 años, madre soltera, con trabajo inestable; las esperanzas de que esto termine se me habían agotado, me sentía sola, sin ayuda, y la verdad, había una profunda soledad en mi corazón. Todo esto no lo demostraba delante de mi pequeña, sino que ocultaba mis heridas en lo profundo de mi ser.
Llegó el día en que iríamos a la Escuela Bíblica de Vacaciones, había algo en mí que me motiva a asistir a ese evento, y era constante. Llegamos, y en la puerta una hermana nos dió una grata bienvenida, me abrazó, como si ella me conociera desde mucho tiempo. Me preguntó, cuántos años tenía mi pequeña para que le asignen el aula donde tenía que tomar la clase de ese día.
La esperé a las fueras del salón, escuchaba como los niños cantaban a Dios con mucha alegría, enseguida se me acercó una hermana, me preguntó mi nombre, empezábamos a entablar una conversación, cuando de pronto me dijo que Dios había permitido que mi hija y yo estuviéramos en aquel lugar porque tenía un propósito con nuestras vidas y cualquier situación que estemos atravesando en ese momento, Dios; ya lo tenía bajo su control.
Yo empecé a llorar, ella decía que Cristo me amaba y Él podía sanar las heridas de mi alma, se podía llevar mi tristeza y darme una nueva vida, solo tenía que arrepentirme y confesarle mis pecados, aceptarlo como mi único Señor y Salvador y fue así. Oramos juntas, de inmediato sentí que una pesada carga, se me fue arrancada del corazón, y todo había tomado color, sentía paz, sentía alegría, sentía algo maravilloso en mi ser y era Dios, era Él.
La hermana me invitó a quedarme al culto, y muy animosa le dije que: sí, quería seguir conociendo a Dios. Esa noche, junto a mi pequeña nos arrodillamos para rendir nuestras vidas a Cristo, pedirle su ayuda y decirle que le serviremos toda la vida.